miércoles, 7 de diciembre de 2011

El hombre como proyecto de ser humano, ensayo final


Cuando pienso en los siglos XVII y XVIII, confieso no ubico que de esos años ya hacen casi 300. Que los seres humanos vivimos cuando más, alrededor de los 100, y que probablemente el mundo de los hombres y su sociedad se transforman tan profundamente del nacimiento a su muerte, y que en definitiva, 300 años son más lejanos de lo que intelectualmente podemos concebir.

Sin embargo, es impresionante como siguen pareciendo contemporáneos los temas que los filósofos e intelectuales de la época ponían en controversia y en profundo análisis uno tras otro. 

¿Cuán lejana es realmente la inquietud del hombre por entender quien es y a donde va? Y además, es clara la necesidad y casi compromiso que aquellos pensadores, sentían con desentrañar dichos conceptos, preceptos morales y sistemas políticos, que si bien, son los mismos que siguen rigiendo en principio gran parte de los pilares del pensamiento actual, las preguntas y las respuestas que se han dado en 300 años parecen muy similares.

Tomando como base los siguientes textos:

  • ·         Idea de una historia universal en sentido cosmopolita, de Kant.
  • ·         La fábula de las abejas, de Mandeville.
  • ·         Teoría de los sentimientos morales, de Adam Smith.


Intentare abundar en nociones como: la concepción del hombre en los siglos XVII y XVIII, la idea de naturaleza humana, la aparente necesidad de describir un sistema político ideal, el individualismo, la dialéctica social, el poder y el gobierno, la sociedad civil y el estado; y aunque lo anterior parezca una hazaña interminable para un breve ensayo académico, considero que en principio todo lo anterior se describe a si mismo y cada teoría se basa en dichos conceptos en cada uno de los autores, para ir definiendo la propia concepción de la época en que vivían, pero además, con la osadía de pretender que todos los hombres que existen y existieron respondían a estímulos universales, o al menos, que la sociedad se rige por fuerzas que pueden ser descritas y hasta idealizadas en términos de una filosofía evangelizadora y transformadora en la eterna pretensión por alcanzar la modernidad.

 Pero es en dicha empresa que se describe a la perfección, la cara de una época y la arrogancia del hombre que pretende justificar diversos sistemas de poder y coerción, por medio de argumentos que pretenden generalizar y eufemizar los grandes vicios que han acompañado al ejercicio del poder desde que este pudo ser descrito por primera vez por el hombre.

No obstante, el valor de dichas teorías se encuentra en la profundidad con la que los autores comienzan a describir los diferentes marcos sociales en los que se desenvuelven, como confrontan los diversos vicios y como solucionan las distintas problemáticas por medio de la reflexión y la recomendación. Al grado de instaurar y defender posturas económicas, políticas y morales.

Mandeville en su fábula de las abejas afirma que: “no existe profesión sin engaño”[1] Describe un mundo en donde todo lo que existe está mediado por la virtud y por el vicio, sin preferir necesariamente el vicio sobre la virtud, su postura claramente describe una necesidad de esta expresión viciosa del hombre como motor de la virtud misma.

En una explicación más que simplemente formativa, los pensadores de los siglos XVII y XVIII se atrevieron a lanzar todo tipo de injurias contra lo establecido, y aún así, siempre apelando a la posibilidad de cambiarlo todo, de regresar a un estado de paz social y sana convivencia, aunque al parecer todos conscientes que dicho estado era y es utópico.

Pero no sólo eso, sino al grado de pensar que dicha paz y equilibrio era imposible en sí mismo y que toda virtud debería necesariamente encontrar su origen en su contradicción más homóloga.

El actuar del hombre
“…se nos figura que el tapiz humano se entreteje con hilos de locura, de vanidad infantil y, a menudo, de maldad y afán destructivo, también infantil.”… “tratar de descubrir en este curso contradictorio de las cosas humanas alguna intención de la naturaleza…”[2] Como si no existiera una coherencia, los hombres nos enfrentamos a nuestra propia irregularidad, nuestra propia naturaleza errática que resulta indefinible o más bien incomprobable, pues es igual de factible actuar de una forma que de otra. Pareciera entonces que aquello que nos rige son nuestros instintos animales más puros, pero es la capacidad de reprimir y hasta suprimir ciertos deseos y motivaciones, las mismas que le permiten al hombre alcanzar virtudes más solemnes. Paradójicamente dicha conquista de placeres metafísicos y sublimes, superiores según el hombre mismo, son los mismos que le incursionan en una cruenta carrera por la conquista de todo aquello que pueda poseer.

Aunque Kant en una primera instancia sólo dibuja lo que el hombre es y ha sido, o mejor dicho, describe el actuar general del hombre promedio,  que responde simplemente a la necesidad de calmar las ansias de satisfacer su más puro y sensible deseo, no se queda únicamente ahí, sino explica que dicho deseo le obliga a buscar una satisfacción con el tiempo superior. Es este conocer y conocerse a sí mismo, el proceso, el ejercicio del conocimiento, que no se adquiere ni de golpe ni sin esfuerzo, que requiere la constante reflexión y que posibilita al hombre de alcanzar no sólo bienes superiores, sino una convivencia mucho más equitativa y constructiva en todos los sentidos, Kant vislumbra a un hombre moral.

“El medio del que se sirve la naturaleza para lograr el desarrollo de todas sus disposiciones es el antagonismo de las mismas en sociedad, en la medida en que dicho antagonismo se convierte a la postre en la causa de un orden legal de las mismas”[3]

Entonces, dando por hecho que los hombres partimos de un lugar muy similar al que provienen los simios, Kant en ningún momento niega la naturaleza instintiva y visceral del hombre sino que en ella fundamenta su capacidad de desarrollo. Por medio de esta dialéctica social de pertenecer pero al mismo tiempo de ser individual, el hombre construye y destruye todo cuanto puede y al mismo tiempo es en la interacción que desarrollo en su conjunto condiciones de desarrollo como civilización. Hasta llegar entonces a una idea de historia universal.

Por lo tanto, Kant describe un proceso de madurez en los seres humanos que los lleva de un estadio a otro, de comportarse como un animal salvaje e irracional, a un ser pensante, ecuánime e idealmente, moral.

La dialéctica Social
A diferencia de la noción Kantiana, pero que sirve de igual forma como un complemento, Mandeville explica un fenómeno diferente. Para este autor el vicio y la virtud van siempre de la mano. La condición humana en sí misma está plagada estos extremos que en ocasiones ensalzan lo más puro y sublime de la racionalidad humana y por otro lado reproducen los más vil, vulgar y destructivo propio de la misma naturaleza humana. Entonces ¿Es necesaria la existencia del vicio? Bajo los términos de Mandeville, es así. Pero su postura no es una cínica ni superficial, parece ser que dicha explicación resuelve más conflictos argumentativos que una idealista visión de la realidad.

“Dejad, pues de quejaros: sólo los tontos se esfuerzan por hacer de un gran panal un panal honrado”[4]
Por que los hombres somos así y así hemos venido siendo sea que nuestra naturaleza pudiera ser de otra forma, los hechos que han sucedido desde el inicio de la civilización y probablemente hasta el final de la misma, los hombres estaremos plagados no sólo de contradicciones y dualidades sino también estaremos eternamente en esta lucha entre lo adecuado y lo profano, lo bueno y lo malo, lo virtuoso y lo vicioso.
Lo sorprendente es, como parece ser, que no hay manera de escapar de dicha trampa, en la que el hombre no puede evitar ponerse una y otra vez. Por medio de diversos sistemas de poder y gobierno el hombre se reinventa una y otra vez modelos de control que le permiten, por un lado despreocupar la responsabilidad de sí mismo, pero otro lado, permite al vicioso obtener provecho del poder del hombre/ciudadano que se quedó dormido, no en el sentido literal.

El ejercicio del poder, el juego de mandar y la facilidad que tiene el hombre de embelesarse por  la adulación y la fama, le condenan eternamente a luchar entre sus deseos y su verdadera felicidad, siendo que la felicidad se puede alcanzar por medio del cumplimiento de los deseos, es también por medio del control de uno mismo, que se alcanzan los niveles más puros de felicidad y plenitud más absoluta.

No obstante, Mandeville contempla que existen hombres cuyo umbral del bien, les permite ir más allá de lo que cualquier otra persona hubiera podido dar, y no necesariamente porque esto sea propiamente importante, sino porque existe, es posible y al parecer, desde hace más de 300 años. Lo siguiente se ejemplifica en el siguiente fragmento:

“Respecto a aquellos hombres que sin obedecer a ninguna debilidad de su naturaleza pueden desprenderse de lo que aprecian, y sin ningún otro motivo que su amor a la bondad, realizan en silencio una acción meritoria, tales hombres debo de confesar, han adquirido una noción más refinada de la virtud.”[5]

El individualismo y la visión del otro
Queda claro que, por lo menos en términos de Adam Smith, para poder definir al otro es necesario primero, definirse a sí mismo. Honestamente considero que dicha relación es más cercana a la relación entre el huevo y la gallina, que a una disposición absoluta que para definir al otro se tenga que primero definir al individuo, ¿No será igual de posible y válido definir al individuo a partir del otro? “Aunque sea nuestro hermano el que está en el potro, mientras nosotros en persona la pasemos sin pena, nuestros sentidos jamás podrán instruirnos lo que él sufre”[6] la noción sobre la empatía, pero al mismo tiempo la profunda explicación sobre el hecho de que: no es posible realmente conocer la necesidad del otro si no es en los términos propios de la experiencia de uno mismo. Queda claro que esta separación de lo humano para entrar al terreno de lo individual separa y demarca las condiciones para justificar acciones o para explicar el porqué de las nociones existentes en aquella época.

Parece haber cierta renuencia a la integración y la convivencia social. No propiamente dicho sino que es comprensible que los hombres se teman los unos a otros cuando las condiciones de vida aún eran tan precarias y los hombres mismo tan primitivos. Pero, ¿Qué tan distinto es el hombre moderno de este hombre primitivo y salvaje del que Smith teme sentir?

“Conceder aprobación a las opiniones ajenas, es adoptar esas opiniones, adoptarlas es aprobarlas”[7]
La moral individualista, pareciera ser una contradicción en si misma, sin embargo existen nociones profundamente rescatables en el pensamiento de Adam Smith, por ejemplo: La importancia de destacar como los juicios que los hombres nos hacemos de otros provienen no sólo de nuestra visión particular del mundo, sino que además el único parámetro para determinar que algo está bien o mal, cualquier juicio de valor en general, sólo puede ser mediado por nosotros mismos.

“cuando juzgamos de esa manera cualquier afecto para saber si está en proporción o en desproporción con la causa que lo estimula, a penas es posible que utilicemos otra regla o norma que no sea nuestra correspondiente afección”[8]

Por tanto, los hombres debemos entender que no hay absolutos en términos morales y que realmente son pocas las conductas condenables dentro de una sociedad, si bien existen y más que una cuestión de simple preferencia, tiene que ver con la sustentabilidad en términos de la convivencia social y del desarrollo de todos los miembros de una comunidad. Por lo anterior no debería haber lugar para la intolerancia, dado que todos comprendemos que nosotros no podemos determinar de manera correcta, ni incorrecta lo que en los demás está bien o mal, es proporcionado o desproporcionado, propio o impropio, en palabras de Adam Smith.

“No es dable juzgar sobre la propiedad o impropiedad de los sentimientos ajenos por su concordancia o disonancia con los nuestros”[9]

Una idea tan profunda, tan progresista, sorprende haber sido concebida hace tantos años, pero además que hoy bajo la reflexión de una sociedad actual que busca espacios más equitativos para todos los hombres y mujeres, pero además que fundamenta el derecho a la libre expresión precisamente en esta diversidad de percepción y que exige que se respete la actividad que cada hombre o mujer considere pertinente para su vida, siempre que esta no atente directamente contra la integridad de los demás.

Si bien dicha interpretación es una extracción de un pensamiento antiguo, es claro que gran parte de la base sobre los derechos humanos, la liberación sexual, los derechos de las minorías entre otros procesos transformadores de la sociedad basan sus principios en esta visión del mundo particular de cada hombre y que no tiene, ni debe tener una preponderancia regidora ni coercitiva sobre aquellos que piensan y actúan diferente.

Desarrollo humano o curso natural de la vida
Los hombres nos jactamos de estar en la cúspide de la civilización siempre que nos referimos a nuestro presente o propiamente al presente mismo. Las explicaciones y teorías generalmente describen todas las cosas que hemos llevado a cabo como civilización y los esfuerzos individuales de grandes hombres que han liderado las grandes transformaciones intelectuales e industriales, económicas y políticas.

Y de esta manera los hombres hemos justificado siempre nuestro actuar como si estos fueran pasos necesarios para ir alcanzado dicho desarrollo y de esta forma las catástrofes más viles y los genocidios más descarados forman parte de los sucesos que definieron la historia de la civilización.

Pero existe también la postura que dice que: Los hombres somos víctimas de nuestras pasiones, de nuestro propio egoísmo y animalidad. Esto nos orilla a luchar todos contra todos pasando por encima de nosotros mismos incluso encima de nuestros hermanos, padres y amantes. La historia de la civilización parece describir una cruenta carnicería en donde siempre estamos un paso atrás del ideal que deberíamos estar viviendo.

Somos como caballos con una zanahoria amarrada al cuello, con un alambre por arriba de nuestras cabezas que la posiciona justo a unos centímetros de nuestro hocico, y que siempre está tan cerca y tan inalcanzable al mismo tiempo.

Por lo anterior, considero que es buen momento de frenar la necedad de explicar y justificar comportamientos del hombre, si bien sólo son interpretaciones de los resultados y acciones que en su conjunto conllevan a cosas más grandes, la realidad de cada hombre es que en general siempre hemos estado perdidos dentro de nosotros mismos, y envueltos en todas las respuestas que nuestra cabeza puede proveernos, generalmente escapamos a nosotros mismos para buscar la calma en el sosiego de formar parte de la multitud.

Para entender mejor al hombre debemos entender su interminable necesidad por sosiego, por paz, por entendimiento de si mismo y por la conceptualización de las cosas más básicas, un breve entendimiento de lo anterior permite que cualquier existencia humana, por simple que parezca se convierta en una forma digna y feliz de vivir.

Siempre ha habido y habrá muerte, injusticia, hambre y soledad; habrá guerras y sistemas de poder, habrá políticos y profesiones que saquen ventaja de las mismas carencias humanas, sin que estas busquen realmente subsanar los males que aquejan a los hombres. Pues no es tarea ni misión de ningún hombre solucionar la vida de otro hombre, y son todos aquellos que intentan llevar a cabo dicha empresa, los que generalmente acaban esclavizando consciente o inconscientemente a los que prefieren escuchar a los demás antes que así mismos.

La complejidad de los hombres y sus relaciones entre sí permiten una gama interminable de estados mutuos, de sociedades de convivencia en muchos niveles; siendo esta la más pura y sublime de las actividades humanas, generalmente en sí misma, las relaciones humanas son las que producen la vida misma y dan continuidad a la raza humana, pero al mismo tiempo son las mismas que hacen peligrar y atentan con destruir todo lo que existe.

“Dejad, pues de quejaros: sólo los tontos se esfuerzan por hacer de un gran panal un panal honrado”[10]


[1] La fabula de las abejas, Mandeville pag: 12
[2] Idea de una historia universal en sentido cosmopolita, Kant. Pag: 41
[3] Idea de una historia universal en sentido cosmopolita, Cuarto Principio, Kant. Pag: 46
[4] La Fábula de las abejas, Moraleja, Mandeville. Pag: 21
[5] La fábula de las abejas, Mandeville. Pag: 26
[6] Teoría de los sentimientos morales, De la simpatía, Adam Smith. Pag: 32
[7] Teoría de los sentimientos morales, Del modo en que juzgamos la propiedad o la impropiedad de los sentimientos ajenos, Adam Smith. Pag: 48
[8] Teoría de los sentimientos morales, Del placer de la simpatía mutua, Adam Smith. Pag: 54
[9] Teoría de los sentimientos morales, Del mismo asunto, Adam Smith. Pag: 54
[10] La fábula de las abejas, Mandeville. Pag: 21

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