Cuando pienso en
los siglos XVII y XVIII, confieso no ubico que de esos años ya hacen casi 300.
Que los seres humanos vivimos cuando más, alrededor de los 100, y que
probablemente el mundo de los hombres y su sociedad se transforman tan
profundamente del nacimiento a su muerte, y que en definitiva, 300 años son más
lejanos de lo que intelectualmente podemos concebir.
Sin embargo, es
impresionante como siguen pareciendo contemporáneos los temas que los filósofos
e intelectuales de la época ponían en controversia y en profundo análisis uno
tras otro.
¿Cuán lejana es realmente la inquietud del hombre por entender quien
es y a donde va? Y además, es clara la necesidad y casi compromiso que aquellos
pensadores, sentían con desentrañar dichos conceptos, preceptos morales y
sistemas políticos, que si bien, son los mismos que siguen rigiendo en
principio gran parte de los pilares del pensamiento actual, las preguntas y las
respuestas que se han dado en 300 años parecen muy similares.
Tomando como base
los siguientes textos:
- · Idea de una historia universal en sentido cosmopolita, de Kant.
- · La fábula de las abejas, de Mandeville.
- · Teoría de los sentimientos morales, de Adam Smith.
Intentare abundar
en nociones como: la concepción del hombre en los siglos XVII y XVIII, la idea
de naturaleza humana, la aparente necesidad de describir un sistema político
ideal, el individualismo, la dialéctica social, el poder y el gobierno, la sociedad
civil y el estado; y aunque lo anterior parezca una hazaña interminable para un
breve ensayo académico, considero que en principio todo lo anterior se describe
a si mismo y cada teoría se basa en dichos conceptos en cada uno de los autores,
para ir definiendo la propia concepción de la época en que vivían, pero además,
con la osadía de pretender que todos los hombres que existen y existieron
respondían a estímulos universales, o al menos, que la sociedad se rige por
fuerzas que pueden ser descritas y hasta idealizadas en términos de una
filosofía evangelizadora y transformadora en la eterna pretensión por alcanzar
la modernidad.
Pero es en dicha empresa que se describe a la
perfección, la cara de una época y la arrogancia del hombre que pretende justificar
diversos sistemas de poder y coerción, por medio de argumentos que pretenden
generalizar y eufemizar los grandes vicios que han acompañado al ejercicio del
poder desde que este pudo ser descrito por primera vez por el hombre.
No obstante, el
valor de dichas teorías se encuentra en la profundidad con la que los autores
comienzan a describir los diferentes marcos sociales en los que se
desenvuelven, como confrontan los diversos vicios y como solucionan las
distintas problemáticas por medio de la reflexión y la recomendación. Al grado
de instaurar y defender posturas económicas, políticas y morales.
Mandeville en su
fábula de las abejas afirma que: “no existe profesión sin engaño”[1]
Describe un mundo en donde todo lo que existe está mediado por la virtud y por
el vicio, sin preferir necesariamente el vicio sobre la virtud, su postura
claramente describe una necesidad de esta expresión viciosa del hombre como
motor de la virtud misma.
En una explicación
más que simplemente formativa, los pensadores de los siglos XVII y XVIII se
atrevieron a lanzar todo tipo de injurias contra lo establecido, y aún así,
siempre apelando a la posibilidad de cambiarlo todo, de regresar a un estado de
paz social y sana convivencia, aunque al parecer todos conscientes que dicho estado
era y es utópico.
Pero no sólo eso,
sino al grado de pensar que dicha paz y equilibrio era imposible en sí mismo y
que toda virtud debería necesariamente encontrar su origen en su contradicción
más homóloga.
El actuar del hombre
“…se nos figura que
el tapiz humano se entreteje con hilos de locura, de vanidad infantil y, a
menudo, de maldad y afán destructivo, también infantil.”… “tratar de descubrir
en este curso contradictorio de las cosas humanas alguna intención de la
naturaleza…”[2] Como si
no existiera una coherencia, los hombres nos enfrentamos a nuestra propia
irregularidad, nuestra propia naturaleza errática que resulta indefinible o más
bien incomprobable, pues es igual de factible actuar de una forma que de otra.
Pareciera entonces que aquello que nos rige son nuestros instintos animales más
puros, pero es la capacidad de reprimir y hasta suprimir ciertos deseos y
motivaciones, las mismas que le permiten al hombre alcanzar virtudes más
solemnes. Paradójicamente dicha conquista de placeres metafísicos y sublimes,
superiores según el hombre mismo, son los mismos que le incursionan en una
cruenta carrera por la conquista de todo aquello que pueda poseer.
Aunque Kant en una
primera instancia sólo dibuja lo que el hombre es y ha sido, o mejor dicho, describe
el actuar general del hombre promedio, que
responde simplemente a la necesidad de calmar las ansias de satisfacer su más
puro y sensible deseo, no se queda únicamente ahí, sino explica que dicho deseo
le obliga a buscar una satisfacción con el tiempo superior. Es este conocer y
conocerse a sí mismo, el proceso, el ejercicio del conocimiento, que no se
adquiere ni de golpe ni sin esfuerzo, que requiere la constante reflexión y que
posibilita al hombre de alcanzar no sólo bienes superiores, sino una
convivencia mucho más equitativa y constructiva en todos los sentidos, Kant
vislumbra a un hombre moral.
“El medio del que
se sirve la naturaleza para lograr el desarrollo de todas sus disposiciones es
el antagonismo de las mismas en sociedad, en la medida en que dicho antagonismo
se convierte a la postre en la causa de un orden legal de las mismas”[3]
Entonces, dando por
hecho que los hombres partimos de un lugar muy similar al que provienen los
simios, Kant en ningún momento niega la naturaleza instintiva y visceral del
hombre sino que en ella fundamenta su capacidad de desarrollo. Por medio de
esta dialéctica social de pertenecer pero al mismo tiempo de ser individual, el
hombre construye y destruye todo cuanto puede y al mismo tiempo es en la
interacción que desarrollo en su conjunto condiciones de desarrollo como
civilización. Hasta llegar entonces a una idea de historia universal.
Por lo tanto, Kant
describe un proceso de madurez en los seres humanos que los lleva de un estadio
a otro, de comportarse como un animal salvaje e irracional, a un ser pensante,
ecuánime e idealmente, moral.
La dialéctica Social
A diferencia de la
noción Kantiana, pero que sirve de igual forma como un complemento, Mandeville
explica un fenómeno diferente. Para este autor el vicio y la virtud van siempre
de la mano. La condición humana en sí misma está plagada estos extremos que en
ocasiones ensalzan lo más puro y sublime de la racionalidad humana y por otro
lado reproducen los más vil, vulgar y destructivo propio de la misma naturaleza
humana. Entonces ¿Es necesaria la existencia del vicio? Bajo los términos de
Mandeville, es así. Pero su postura no es una cínica ni superficial, parece ser
que dicha explicación resuelve más conflictos argumentativos que una idealista
visión de la realidad.
“Dejad, pues de
quejaros: sólo los tontos se esfuerzan por hacer de un gran panal un panal
honrado”[4]
Por que los hombres
somos así y así hemos venido siendo sea que nuestra naturaleza pudiera ser de
otra forma, los hechos que han sucedido desde el inicio de la civilización y
probablemente hasta el final de la misma, los hombres estaremos plagados no sólo
de contradicciones y dualidades sino también estaremos eternamente en esta
lucha entre lo adecuado y lo profano, lo bueno y lo malo, lo virtuoso y lo
vicioso.
Lo sorprendente es,
como parece ser, que no hay manera de escapar de dicha trampa, en la que el hombre
no puede evitar ponerse una y otra vez. Por medio de diversos sistemas de poder
y gobierno el hombre se reinventa una y otra vez modelos de control que le
permiten, por un lado despreocupar la responsabilidad de sí mismo, pero otro
lado, permite al vicioso obtener provecho del poder del hombre/ciudadano que se
quedó dormido, no en el sentido literal.
El ejercicio del
poder, el juego de mandar y la facilidad que tiene el hombre de embelesarse por
la adulación y la fama, le condenan
eternamente a luchar entre sus deseos y su verdadera felicidad, siendo que la
felicidad se puede alcanzar por medio del cumplimiento de los deseos, es
también por medio del control de uno mismo, que se alcanzan los niveles más
puros de felicidad y plenitud más absoluta.
No obstante,
Mandeville contempla que existen hombres cuyo umbral del bien, les permite ir
más allá de lo que cualquier otra persona hubiera podido dar, y no
necesariamente porque esto sea propiamente importante, sino porque existe, es
posible y al parecer, desde hace más de 300 años. Lo siguiente se ejemplifica
en el siguiente fragmento:
“Respecto a
aquellos hombres que sin obedecer a ninguna debilidad de su naturaleza pueden
desprenderse de lo que aprecian, y sin ningún otro motivo que su amor a la
bondad, realizan en silencio una acción meritoria, tales hombres debo de
confesar, han adquirido una noción más refinada de la virtud.”[5]
El individualismo y la visión del otro
Queda claro que,
por lo menos en términos de Adam Smith, para poder definir al otro es necesario
primero, definirse a sí mismo. Honestamente considero que dicha relación es más
cercana a la relación entre el huevo y la gallina, que a una disposición
absoluta que para definir al otro se tenga que primero definir al individuo,
¿No será igual de posible y válido definir al individuo a partir del otro? “Aunque
sea nuestro hermano el que está en el potro, mientras nosotros en persona la
pasemos sin pena, nuestros sentidos jamás podrán instruirnos lo que él sufre”[6]
la noción sobre la empatía, pero al mismo tiempo la profunda explicación sobre
el hecho de que: no es posible realmente conocer la necesidad del otro si no es
en los términos propios de la experiencia de uno mismo. Queda claro que esta
separación de lo humano para entrar al terreno de lo individual separa y
demarca las condiciones para justificar acciones o para explicar el porqué de
las nociones existentes en aquella época.
Parece haber cierta
renuencia a la integración y la convivencia social. No propiamente dicho sino
que es comprensible que los hombres se teman los unos a otros cuando las
condiciones de vida aún eran tan precarias y los hombres mismo tan primitivos.
Pero, ¿Qué tan distinto es el hombre moderno de este hombre primitivo y salvaje
del que Smith teme sentir?
“Conceder aprobación
a las opiniones ajenas, es adoptar esas opiniones, adoptarlas es aprobarlas”[7]
La moral
individualista, pareciera ser una contradicción en si misma, sin embargo
existen nociones profundamente rescatables en el pensamiento de Adam Smith, por
ejemplo: La importancia de destacar como los juicios que los hombres nos
hacemos de otros provienen no sólo de nuestra visión particular del mundo, sino
que además el único parámetro para determinar que algo está bien o mal,
cualquier juicio de valor en general, sólo puede ser mediado por nosotros
mismos.
“cuando juzgamos de
esa manera cualquier afecto para saber si está en proporción o en desproporción
con la causa que lo estimula, a penas es posible que utilicemos otra regla o
norma que no sea nuestra correspondiente afección”[8]
Por tanto, los
hombres debemos entender que no hay absolutos en términos morales y que
realmente son pocas las conductas condenables dentro de una sociedad, si bien
existen y más que una cuestión de simple preferencia, tiene que ver con la
sustentabilidad en términos de la convivencia social y del desarrollo de todos
los miembros de una comunidad. Por lo anterior no debería haber lugar para la
intolerancia, dado que todos comprendemos que nosotros no podemos determinar de
manera correcta, ni incorrecta lo que en los demás está bien o mal, es
proporcionado o desproporcionado, propio o impropio, en palabras de Adam Smith.
“No es dable juzgar
sobre la propiedad o impropiedad de los sentimientos ajenos por su concordancia
o disonancia con los nuestros”[9]
Una idea tan
profunda, tan progresista, sorprende haber sido concebida hace tantos años,
pero además que hoy bajo la reflexión de una sociedad actual que busca espacios
más equitativos para todos los hombres y mujeres, pero además que fundamenta el
derecho a la libre expresión precisamente en esta diversidad de percepción y
que exige que se respete la actividad que cada hombre o mujer considere
pertinente para su vida, siempre que esta no atente directamente contra la
integridad de los demás.
Si bien dicha
interpretación es una extracción de un pensamiento antiguo, es claro que gran
parte de la base sobre los derechos humanos, la liberación sexual, los derechos
de las minorías entre otros procesos transformadores de la sociedad basan sus
principios en esta visión del mundo particular de cada hombre y que no tiene,
ni debe tener una preponderancia regidora ni coercitiva sobre aquellos que
piensan y actúan diferente.
Desarrollo humano o curso natural de la vida
Los hombres nos
jactamos de estar en la cúspide de la civilización siempre que nos referimos a
nuestro presente o propiamente al presente mismo. Las explicaciones y teorías
generalmente describen todas las cosas que hemos llevado a cabo como
civilización y los esfuerzos individuales de grandes hombres que han liderado
las grandes transformaciones intelectuales e industriales, económicas y
políticas.
Y de esta manera
los hombres hemos justificado siempre nuestro actuar como si estos fueran pasos
necesarios para ir alcanzado dicho desarrollo y de esta forma las catástrofes
más viles y los genocidios más descarados forman parte de los sucesos que
definieron la historia de la civilización.
Pero existe también
la postura que dice que: Los hombres somos víctimas de nuestras pasiones, de
nuestro propio egoísmo y animalidad. Esto nos orilla a luchar todos contra
todos pasando por encima de nosotros mismos incluso encima de nuestros
hermanos, padres y amantes. La historia de la civilización parece describir una
cruenta carnicería en donde siempre estamos un paso atrás del ideal que
deberíamos estar viviendo.
Somos como caballos
con una zanahoria amarrada al cuello, con un alambre por arriba de nuestras cabezas
que la posiciona justo a unos centímetros de nuestro hocico, y que siempre está
tan cerca y tan inalcanzable al mismo tiempo.
Por lo anterior,
considero que es buen momento de frenar la necedad de explicar y justificar
comportamientos del hombre, si bien sólo son interpretaciones de los resultados
y acciones que en su conjunto conllevan a cosas más grandes, la realidad de
cada hombre es que en general siempre hemos estado perdidos dentro de nosotros
mismos, y envueltos en todas las respuestas que nuestra cabeza puede
proveernos, generalmente escapamos a nosotros mismos para buscar la calma en el
sosiego de formar parte de la multitud.
Para entender mejor
al hombre debemos entender su interminable necesidad por sosiego, por paz, por
entendimiento de si mismo y por la conceptualización de las cosas más básicas,
un breve entendimiento de lo anterior permite que cualquier existencia humana,
por simple que parezca se convierta en una forma digna y feliz de vivir.
Siempre ha habido y
habrá muerte, injusticia, hambre y soledad; habrá guerras y sistemas de poder,
habrá políticos y profesiones que saquen ventaja de las mismas carencias
humanas, sin que estas busquen realmente subsanar los males que aquejan a los
hombres. Pues no es tarea ni misión de ningún hombre solucionar la vida de otro
hombre, y son todos aquellos que intentan llevar a cabo dicha empresa, los que
generalmente acaban esclavizando consciente o inconscientemente a los que
prefieren escuchar a los demás antes que así mismos.
La complejidad de
los hombres y sus relaciones entre sí permiten una gama interminable de estados
mutuos, de sociedades de convivencia en muchos niveles; siendo esta la más pura
y sublime de las actividades humanas, generalmente en sí misma, las relaciones
humanas son las que producen la vida misma y dan continuidad a la raza humana,
pero al mismo tiempo son las mismas que hacen peligrar y atentan con destruir
todo lo que existe.
“Dejad, pues de
quejaros: sólo los tontos se esfuerzan por hacer de un gran panal un panal
honrado”[10]
[1] La fabula de las abejas, Mandeville pag: 12
[2] Idea de una historia universal en sentido cosmopolita, Kant. Pag: 41
[3] Idea de una historia universal en sentido cosmopolita, Cuarto
Principio, Kant. Pag: 46
[4] La Fábula de las abejas, Moraleja, Mandeville. Pag: 21
[5] La fábula de las abejas, Mandeville. Pag: 26
[6] Teoría de los sentimientos morales, De la simpatía, Adam Smith. Pag:
32
[7] Teoría de los sentimientos morales, Del modo en que juzgamos la
propiedad o la impropiedad de los sentimientos ajenos, Adam Smith. Pag: 48
[8] Teoría de los sentimientos morales, Del placer de la simpatía mutua,
Adam Smith. Pag: 54
[9] Teoría de los sentimientos morales, Del mismo asunto, Adam Smith. Pag:
54
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