Ayer me levanté con la idea de que
aquel artista seguía pintando. Y no es que me levante día a día pensando en
eso, pero si lo veía todas las mañanas antes de irme a trabajar, bajar por algo
de comer a la cocina. Sin embargo los sucesos que se desencadenaron en la casa
han hecho que la pintura se vuelva inolvidable.
Todo parecía muy normal, hasta ese
momento, nada fuera de lo común. Un artista haciendo un trabajo impago, al
parecer por el simple placer de crear o por el cariño hacia la dueña de aquella
recamara, quienes no sólo compartían la ciudad de origen, sino por lo que pude
apreciar en dicha convivencia, parecían ser grandes amigos.
Así pasaban los días, él pintaba
con calma y dedicación y ella lo trataba lo mejor que podía. Día tras día,
el artista parecía tomar demasiado tiempo y ella empezaba a perder la
paciencia. Pero no pasaba nada, hasta esa noche.
Como cualquier noche de primavera
ella decidió salir y divertirse y cuando regreso, cual fue la
sorpresa del artista que aquella noche ella no dormiría en sus brazos...
Después de horas enteras de dedicado trabajo en los últimos detalles, el
artista debió estar emocionado, probablemente en su cabeza había millones de
ideas sobre el futuro, la cara iluminada y agradecida de ella mirando con
admiración la pieza de arte, que además de ahora en adelante le acompañaría por
el tiempo que ella viviera en esa habitación.
Probablemente imagino las risas,
los besos, las caricias, música, vino y fiesta... tal vez tuvo suficiente
tiempo de ir más allá y hasta haya danzado con la silueta imaginaria de la
mujer que esa noche, dormiría en otros brazos.
Sin poder tener certeza de lo que
sigue, el hombre debió enloquecer.
Tal vez, en silencio ardió por
dentro, quizás, por unos instantes estuvo a punto de llorar, caer en
sus rodillas llorando y sintiendo pena por sus románticas ilusiones que en su
cabeza parecían reírse de él.
No lo sé, pero en algún punto tuvo
que reconstruirse, tomarse así mismo de nuevo y recomenzar, esta vez
con más pasión que nunca, con tanto esfuerzo y dedicación que lo que había
tomado 5 días se pudo terminar en sólo unas horas. La bella escena cobró el
realismo y la fuerza que no había encontrado el artista en la melodramática
mirada de su modelo imaginaría.
No sólo cobró fuerza, sino furia.
Unos ojos diabólicos y fijos, una lengua escarlata y desbordante llena de
sangre, como si recién hubiese devorado con voracidad el corazón de nuestro
desconsolado artista.
Y así en medio de las sombras nadie
le vió marcharse.
Poco tiempo después, y ante los
ojos inéditos de todos los habitantes de la casa, se reveló una joya de la
transformación, una pintura que emanó de los más profundos sentimientos de un
artista eufórico, tal como son los sentimientos de los seres humanos.
Que dejó enmarcada en una pared, lo que todos, podría casi asegurar, hemos
sentido alguna vez.
Que ira y que miedo se
puede dibujar en la pared de nuestra habitación. Alguna vez escuche decir que:
si quieres hacer reír a Dios, le cuentes tus planes.
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