domingo, 9 de octubre de 2011

La terapia

-Siéntese, recuéstese. Póngase cómodo. ¿Le ofrezco un vaso con agua?- Dijo el doctor para calmar los nervios ansiosos de aquel hombre desesperado. -Gracias doctor. No no, estoy bien muchas gracias-. Dijo Bates quebrándose en agradecimientos pusilánimes. Definitivamente el hombre a penas y podía controlarse.

-Háblame de esta mujer, ¿Por donde quiere comenzar?- Se sentó el doctor, con una elegante libreta forrada en piel color café y un brillante bolígrafo de color negro, en una silla frente donde recién se había posado el caballero de unos 30 años, muy delgado y escuálido. Un hombre sencillo, inteligente y notablemente inseguro.

-`¿Qué sentido tiene doctor?, El problema no es nada sobre ella, esto se trata de mí. Sólo he venido en busca de una cura, de una solución sobre como sacarla de mi cabeza. Entiendo que no tengo futuro con ella, es abrumador el poder que ejerce sobre mi persona sólo cuando la miro entrar en la habitación, claro es para mí y para el mundo, que jamás podría tenerla-. Repuso atropellándose y con tono chillón mientras miraba al horizonte.

-Entonces, dígame: ¿Porqué meter debajo de la cama, algo tan macabro y espeluznante como un amor incomprendido? ¿A caso desea que con el tiempo sólo se agrave el problema? Claramente lo que usted necesita es desahogarse, pues mientras siga reprimiendo lo que siente jamás dejará de mirar a esta simple mujer como una semidiosa inalcanzable-. -¿Simple mujer?- Y continuó cambiando el tono de voz incluso levantando el tronco del diván y casi reincorporándose por completo. -Muchas cosas será, pero simple jamás podría. Es una perla preciosa, con poderes mágicos. Entrenada en el arte de encantar, el tono de su voz tan envolvente, nadie puede dejarla de escuchar, aún su belleza intenta distraer la atención de sus palabras, incluso al grado de alcanzar a confundirnos pero definitivamente...-. Interrumpió el doctor. -¿No se da cuenta de lo que está haciendo? Está elogiando sin control a una mujer a la cual no puede ni hablarle. Su retórica me enferma y me parece que lo que usted necesita es un antidepresivo y tomar unas vacaciones.

Ernest Bates, era un pobre asalariado de los suburbios de una ciudad en decadencia, leía novelas de amor en sus tiempos libres y siempre estaba buscando encontrar un poco de romanticismo en todo lo que hacía. Frecuentaba con regularidad los mismos lugares y compartía sonrisas con aquellos desconocidos a los que se hizo familiar a la vuelta de algunos meses. Llevaba a penas 6 meses en aquella folclórica ciudad, y ya sentía que había encontrado, el sueño de su vida.

El doctor, Lusian Velmont, un viejo amargado adicto a la cocaína, tenía fama de ser una de las eminencias de la cátedra de Psicología y Psicoanálisis de la Academia Nacional. Era de esos tipos que no pueden sostener un reconocimiento más, pero que probablemente no han dicho nada nuevo en 35 años.

Era, si bien un amargado y aburrido de la vida, un hombre inteligente y tenaz, agresivo y ambiciosa casi en demasía, que alcanzó los logros que había planeado para toda una vida en tan sólo diez años, por eso la actualización de su proyecto de vida consistió en derrocharlo todo, arruinarse, destruirlo todo y mirar como era imposible.

Ambos de padres extranjeros, en una ciudad pegajosa y olorosa, pero al mismo tiempo encantadora, llena de gente tan diversa que no era fácil dibujar una idiosincrasia general, el cielo y el infierno, acompañado de toques sincréticos entre lo que los nativos construyeron por años y los conquistadores transformaron en décadas. Una asquerosa desigualdad enmarcada en un sentido del humor ufano y profundo, una inteligencia cultural dormida y pasiva pero al mismo tiempo expectante. Escalofriantemente estática y activa. Construyéndose todo el tiempo, y destruyéndose al mismo tiempo, como con las mismas manos, como por las mismas cosas.

-Usted no entiende doctor. No es tan simple. Si bien no soy un genio, tampoco soy un imbécil. Es claro que la idolatro y que no me puedo controlar, es claro que es posible que ella no exista pero que aún así me esfuerce por recrearla constantemente en mi mente como un avatar de una historia perfecta. ¿Pero que más puedo hacer si jamás tendré una oportunidad de tener algo así? Estoy por demás agradecido de haberme cruzado en su camino, pues sólo verla tan de cerca me ha hecho vivir los momentos más felices de mi vida. ¿No se da cuenta que gracias a ella, pude por fin saber a que sabe el color violeta? Pude por fin ponerle rostro a todos esos poemas anónimos que he venido leyendo desde que tenía 7 años-. -No lo entiendo entonces,-. Repuso el doctor disimulando su honda respiración para calmarse. -Si es esta mujer la que ha abierto las puertas sensibles del mundo para usted, y su sólo contacto o cuasi interacción momentánea, sin palabras donde, probablemente, todo se reduzca al cruce de algunas miradas y entre aquellas, una tímida sonrisa de esta dama, que usted ha interpretado como una señal maravillosa y ha puesto todo el empeño que su imaginación y su locura le permiten para convertirla en el instante en que todo se volvió perfecto, ¿Porqué desea tan fervientemente olvidarse de ella?-.

-No es que lo desee, es que necesito hacerlo. Me reconozco indefenso ante ella, me entiendo completamente fuera mi mismo cuando estoy con ella, cuando hablo con ella, cada vez que la miro siento que puedo ver profundo en su alma, no sé claramente lo que veo, pues nunca había experimentado dicha conexión. Es por eso que no debo alejarme de ella, construir todo de nuevo lejos de la idea de ella, en donde pueda volver a florecer todo de nuevo, y en donde ella pueda volver a ser musa de todo lo que vendrá en mi nueva vida-.

-¿Dice que no debe alejarse de ella?-. Pregunto Velmont, como quien habla con un niño, -Que debo alejarme de ella, lo siento-. Corrigió Bates.

-En definitiva no lo entiendo-. dijo fríamente el doctor mientras hacía algunas anotaciones en su libreta. Es muy claro lo que pasa. Simplemente se ha fijado en una chica, pero el concepto de sí mismo no le permite sentirse afortunado y prefiere negarse la oportunidad de conocerla, adoptando el papel contemplativo y analítico que ha adoptado. En vez de conocerla, descubrirla y romper con el cerco imaginativo y mágico que usted fabricó a su al rededor, se queda ahí impávido, conforme y estático, sufriendo no de pena por una amor que no tendrá sino por la incapacidad de actuar y el yugo del miedo que como grillete le aferra al suelo por el miedo. Señor Bates, ¿A qué es a lo que más le teme?-. -No lo entiendo,-. Dijo genuinamente Bates mientras miraba al doctor desconcertado. -Si, ¿Qué es lo que teme que sucede si esta situación no se modifica? Porqué si está aquí esta mañana, y se ha excusado de sus obligaciones es porque debe pensar que algo grave sucederá de no modificarse esta situación. Así que señor Bates, dígame con franqueza: ¿A qué le teme?-.

Esta conversación podría seguir eternamente, ¿Este pobre hombre no se da cuenta que lo único que hace es divagar sobre sus miedos? Si las personas simplemente aceptaran que quieren cosas distintas a las que tienen y además a las que pueden tener, si fueran honestos consigo mismos y aprendieran a ver la belleza en todas las cosas que existen como únicas y dejaran de ponerle nombres y achacándoles emociones a objetos animados e inanimados. Si dejaran de vestir las ciudades con clichés y las mujeres bellas con sentimientos puros. No existe relación significativa entre el amor, y lo que los hombres de mis días entienden como belleza, seguramente en terrenos para mi incomprensibles es posible que exista dicha relación pero lo que a este hombre le pasa, es que tiene miedo de luchar por lo que quiere. Pensaba el doctor mientras Bates continuaba lamentando su situación y buscando argumentos rebuscados y sin sentido.

-...pero eso fue al principio, ¿Le hablé de como es que la conocí?-. -Señor Bates, son las 11:30, hemos terminado por el día de hoy-. -Pero doctor, creo que estamos a punto de llegar a un hallazgo trascendental en todo esto-. -Ya lo creo señor Bates, ya lo creo. Pero debo ser cabal con mis pacientes y eso incluye respetar el tiempo de todos ellos. La señora Schulman debe estar afuera esperando-. -Tiene razón doctor, discúlpeme. Muchas gracias por su tiempo en verdad agradezco....-. -Si Bates, sé que lo agradece. Lo veo la próxima semana, Cuídese. Dijo el doctor mientras acompañaba, apurando, a Bates hacía la salida de su consultorio.




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