lunes, 19 de septiembre de 2011

Una hora en medio de la incertidumbre

Bebo una taza de café. Miro frente a mi, la pantalla de mi computadora. No estoy seguro de que estoy pensando. Varias razones se conjugan de manera aleatoria y frases lógicas suenan a vagos sinsentidos. Tengo calor pero estoy seguro que es la incomodidad, miro para todos lados pero nada dice nada.

El tiempo pasa como si las manecillas del reloj estuvieran congeladas. Se revuelve mi estomago mientras bebo más café. Toda la seguridad que uno adquiere con el tiempo, se disuelve en un pequeño cúmulo de ideas y de experiencias claramente mal interpretadas, pues al instante que tocan la realidad por medio de la palabra hablada, suenan a juicios materiales sin importancia.

Ahora me río con cierta resignación e ironía. Es mi emoción más grande que mi propia inteligencia y eso, es gracioso. Entiendo que lo toca en este momento, es esperar. Tiempo. Respirar profundo y dejarlo reposar, como preparar algo a fuego lento, caminar más despacio y tratar de andar más lejos. Camino por el pasillo hasta el fondo del salón. Llego a la sala de juntas y miro su inmensidad vacía. Paso a la cocina, bebo un vaso con agua, parece que la ansiedad no se va con la sed. Regreso a mi oficina y me siento, han pasado ya algunos minutos y me siento más intranquilo.

Pienso. ¿De qué me ha valido hasta el día de hoy pensar? Ciertamente de mucho. Más atinadamente preguntaría: ¿Cuánto daño me ha hecho pensar? Supongo que no es el acto en sí de pensar, sino que, cuando se malinterpreta una idea y se le toma como un decreto, una conclusión que es posible hecha una conclusión real, a partir de una idea que suena posible, es una ilusión que desde que recuerdo me ha conducido a la depresión. Finalmente me resigno a que esta hora nunca habrá de terminar y prefiero dejarla atrás.

Si el tiempo se rehúsa a caminar me rehúso a mirar el reloj, y haré todo lo que tenga que hacer mientras pueda caminar. Eso creo y eso digo constantemente, pero la verdad es que me gusta pensarte. Quiero recorrer una y otra vez todo lo que concibo como propio de ti.

Aunque no lo entienda mi alma, al no verte aprendo a leerte más y mirarte menos. Entender mejor tus ideas y distraerme menos en tu cuerpo; dejar que alinearme con el tono de tu voz y dedicarme a pensar en lo que significa lo que dices.

Mientras tanto y al darme cuenta que he terminado con lo accesible en este momento, me dispongo a darle a la vuelta una vez más a todo lo que he hecho. Bebo café, miro mi pantalla y sigo pensando.

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