En la arrogancia no hay poesía,
esos podrían ser auto elogios.
Como no escribirle todo el tiempo,
no pensarle sin detenerse a mirar las señales de alto,
se sentía tan común en los labios,
que cuando era dicho no decía nada.
Dirán otras cosas,
el tiempo,
las cosas,
y esa fusión interminable,
llamada consciencia.
Pero que importa eso,
tanta perfección asusta,
pero me da gusto últimamente,
ya no me detiene el miedo.
Creo que después del miedo,
ya sólo nos detiene la muerte.
y el tiempo.
lunes, 5 de septiembre de 2011
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