Se escuchan los gritos, el llanto y los sollozos. Se ven unas manos agitandose con fuerza en la sombra que dibujan sobre la pared del comedor. En la barra de la cocina la gran ensaladera luce color ceniza frente la apasionada discusión que sostienen.
Sé que están ahí pero no los miro, los oigo pero trato de no escuchar, como me gustaría estar en otro lado. Como en la playa de Veracruz con mi tía Magnolia, mi madre con esa hermosa falda de colores y los cabellos sueltos y alborotados, mi padre con el tío Gastón bebiendo cerveza y revolviendome los cabellos mientras juego con mis primos, todo bajo un calido Sol que da la sensación de que nada puede salir mal.
Mi madre se sienta sola sobre el sillón que esta frente a mí y enciende un cigarro, sabe que estoy frente a ella pero trata de no mirarme, sus labios tiemblan de coraje y sus ojos estan a punto de romperse en lagrimas. Ya no escucho a mi padre, ya no se mueve la sombra de sus manos contra la pared del comedor.
Mi madre mira hacia la inmesidad como escapando de si misma, no sé si es porque lucha y si es porque ha dejado de luchar. Las espriales del humo del cigarro dibujan en el aire enrarecido de la sala unas formas tristes, crean formas curvas que desdibujan los recuerdos de mi corta niñez y de una pareja de novios. Unos novios que se arrebataron a la vida y nadaron contra corriente, que fueron fugacez y hermosos, arrogantes como arrogantes son los jovenes e intempestivos como las almas viejas o muy jovenes. Y que el tiempo y la realidad les fueron moldeando sus alas en piernas y su fuego en forma de civilidad, se volvieron buenos ciudadanos y piezas del grenaje social.
Así, hoy que llueve suave y silencioso dentro de la gran ciudad, las ventanas se ven mojadas, salpicadas como si alguien les estuviera mojando, los balcones permanecen cerrados y la voluntad esta callada observando.
Mi madre se levanta del sillón, ni me mira y se dirije a su habitación, mi padre no está para contarme cuentos esta noche, se oscurece en la sala de estar, tomo una fruta de la barra de la cocina, siento una extraña sensación en mi pecho, pero no se que es, no se siente como los raspones en las rodillas, ni los gritos de las misses, esto es algo que no había sentido jamas.
Es hora de ir a la cama, a oscuras me dirijo a mi cama y tengo mucho miedo, al fin, sólo tengo 7 años.
viernes, 7 de agosto de 2009
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